dijous, 13 de gener del 2011

La sirena y el niño


Innumerables son los habitantes de las aguas, especies animales y vegetales aún desconocidas, y lo mismo ocurre con seres feéricos y legendarios. Las sirenas son, entre ellos, los más conocidos. Les siguen en popularidad las ondinas y las ninfas.

Las sirenas tenían una voz de inmensa dulzura y prodigaban sus cantos cada vez que se acercaba un barco por lo que los marineros, encantados por su voz, se arrojaban al mar para oírlas mejor, por lo que acababan muriendo ahogados.

Pero si un hombre era capaz de oírlas sin sentirse atraído por su voz, la sirena debía morir.

Eso fue lo que contó después de una de sus innumerables aventuras el héroe Odiseo, más conocido como ULISES.

Ángel era un niño como cualquier otro niño. Siempre iba a la escuela y jugaba con otros niños de su clase en el patio de la escuela. Sólo en una cosa era distinto a los demás niños y esa cosa era su desmesurada admiración por todo lo referente al mar y a todo cuanto tuviese que ver con él.

Al principio a su madre le preocupaba mucho que Ángel se pasase tanto tiempo en las rocas observando las olas. Algunas veces le había oído hablar solo, como si estuviese hablando con alguien que estuviese dentro del agua. Y, cuando su madre le preguntaba con quien hablaba, él siempre le respondía lo mismo: “Estoy hablando con mi amiga Cimodaré mamá”. A su madre esa respuesta le empezaba a preocupar mucho.

Así que un día la madre de Ángel decidió hablar de ello con su esposo. El padre del niño le dijo a su mujer que no se preocupara, que a muchos niños les gustaba inventarse amigos imaginarios, que cuando se hiciera mayor seguro que se le pasaría y su amiga imaginaria se esfumaría de su mente.

Sin querer, aquella conversación entre su madre y su padre fue escuchada por Ángel que, desde luego, no compartió en absoluto la opinión de sus padres ya que sabía que Cimodaré no era ninguna amiga imaginaria. Pero, desde aquel día, procuró que ni sus padres ni nadie le viera hablando con su amiga.

Y si alguna vez su madre le preguntaba si seguía hablando con su amiga Cimodaré, él le respondía como si no supiera de lo que le estaba hablando: “No sé de qué me hablas, mamá”.

El tiempo iba pasando y la amistad con su amiga Cimodaré iba en aumento.

Un día en que estaba hablando con ella desde unas rocas cercanas al mar, Ángel preguntó a su amiga : “¿Por qué nunca sales del agua cuando hablamos?”

“Porque nosotras tenemos prohibido hablar con los seres humanos y mucho más que nos vean con ellos” dijo Cimodaré a su amigo Ángel.

“Pues nosotros hace ya mucho tiempo que hablamos” le respondió.

“Sí, y espero que no me pillen porque de ser así lo voy a pasar mal” le respondió Cimodaré.

“Vamos, nosotros somos amigos. No hacemos nada malo, sólo hablamos. Aunque yo también tengo que tener cuidado para hablar contigo” dijo Ángel a su amiga.

“¿Por qué?” Le preguntó .

“Porque, si me ven hablando sin ver nadie a mi alrededor, se piensan que estoy hablando solo y dicen que los que hablan solos están locos. Así que cuando hablo contigo tengo que tener mucho cuidado de que no me vea nadie. Y tú ¿por qué no puedes hablar conmigo y por qué nunca puedo verte cuando hablamos?”

“Después de tanto tiempo hablando con migo, supongo que ya te habrás hecho una idea de quien soy, ¿o no?” le pregunto

“Bueno, verás, no estoy del todo seguro, pero yo creo que debes ser un duende o un ser extraterrestre. Pero a mí no me importa el aspecto que puedas tener, yo me lo paso muy bien hablando contigo” dijo Ángel.

“La verdad, Ángel, me entran ganas de reír al oírte hablar de que yo puedo ser un extraterrestre, ¡ji, ji, ji!” se rió Cimodaré. “Había oído decir que los niños humanos teníais mucha imaginación pero lo de extraterrestre ha superado mis perspectivas de tu imaginación”.

“Vamos, no te rías tanto y dime quién o qué eres o, mejor aún, sal del agua y déjame verte ya de una vez” dijo Ángel.

“Ya te he dicho que no puedo salir del agua cuando haya alguien que pueda verme.”

“¡Bien, pues dime quién eres por lo menos!” dijo Ángel.

“¿Tú nunca has oído hablar de las sirenas?”

“Pues claro que sí. Dicen que son seres mitológicos que viven en el mar. ¡Eres tú una sirena!” le dijo Ángel un poco incrédulo.

“Sí, lo soy” respondió Cimodaré.

“¡Dicen que sois muy bellas! Por favor, déjame que te vea…”

“Ya te he dicho que tenemos prohibido salir del agua si hay alguien que pueda vernos” dijo con voz decidida.

“Bueno, si tu no sales, entraré yo” dijo Ángel. Y, sin darle tiempo a Cimodaré a reaccionar, se echó al agua.

La sirena, al ver que su amigo se había echado de golpe al agua, se apartó deprisa de su lado nadando hacia el interior.

Ángel, al ver que su amiga se alejaba, empezó a nadar muy deprisa para poder alcanzarla. Pero de pronto empezó a hundirse y agitar sus brazos y hacer ruidos con su garganta.

Cimodaré se volvió y, al ver a su amigo que se estaba ahogando, nadó a toda velocidad hacia su amigo, le cogió en sus brazos y le sacó hacia la superficie del agua. Una vez en la superficie, miró a su alrededor y vio, no muy lejos del lugar donde estaban, unas rocas en medio del mar. Sin pensarlo dos veces, llevó a su amigo hacia las rocas. Una vez allí, le puso boca abajo y le golpeó la espalda hasta que Ángel empezó a toser y a echar agua por la boca. Poco a poco se fue recuperando.

Al recuperarse, Ángel miró a su amiga diciéndole al mismo tiempo que le sonreía: “Me has salvado de morir ahogado y estamos juntos y podemos hablar viéndonos el uno al otro. ¡Esto es muy guay!”

“Sí, pero tengo mucho miedo de que se enteren y me encierren en la cueva durante mucho tiempo” dijo Cimodaré.

A lo que Ángel respondió: “No pueden castigarte, me has salvado, no creo que te vayan a castigar por eso.”

“No lo sé” respondió “pero será mejor que me marche.”

“Bueno. Pero, antes de marcharte, dime ¿por qué te llamas Cimodaré? A my me parece un nombre un poco raro, ¿no crees?”

“Entre las sirenas no es ningún nombre raro como tú dices. Cimodaré es el nombre de la diosa de la calma y es un todo un honor para cualquier sirena llevar su nombre. Bueno, debo marcharme ya.”

“¡Espera! Mañana nos volveremos a ver, ¿verdad?” dijo Ángel a su amiga.

“¡No lo sé!” dijo Cimodaré.

Yo te estaré esperando como siempre” dijo Ángel mientras le decía adiós con su mano.
...

dilluns, 10 de gener del 2011

La hormiga y el lobo

Era un día de verano de un sofocante y fuerte calor, como suele ser normal en los días del mes de agosto. Y, aunque el sol de la mañana hacía poco que acababa de salir en el horizonte, solo se podía estar a fresco a la sombra, al lado de un riachuelo de aguas frescas y cristalinas.

Así se hallaba medio adormecido un grande y voraz lobo después de haberse comido para desayunar a un conejo que había encontrado medio despistado desayunando unas deliciosas y tiernas hierbas. El lobo no tardó casi nada en cazarlo.

De pronto, el lobo abrió sus enormes ojos y fijó su mirada en una pequeña hormiga que arrastraba con mucho esfuerzo y toda sudorosa un grande y esplendoroso grano de maíz. “¿Qué haces?” le dijo el lobo a la sudorosa hormiga. A lo que la hormiga contestó: “Estoy llevando este hermoso grano de maíz a mi refugio.” “Ho, ho, ho.“ rió el lobo con su aguda voz “Tú debes estar loca cargando ahora con este calor ese grano de maíz.” “No estoy loca.” contestó molesta la hormiga “Lo he encontrado cuando he salido a pasear y no se puede desperdiciar la ocasión de poder tener una comida tan deliciosa para el invierno.”

El lobo respondió: “¿Ves como sí que estás loca? ¿A quién se le ocurre cargar con algo que cuesta tanto esfuerzo y con este calor en pleno mes de agosto, cuando aún falta tanto tiempo para el invierno? ¡Ho, ho, ho!” Volvió a reír el lobo, a la vez que le decía: ¡Debes tener un cerebro cien veces más pequeño que tú para hacer una cosa así!

Esta vez la hormiga dejó el grano de maíz en el suelo y miró al lobo con cara de estar muy molesta y enfadada a la vez que levantaba su pequeña cabeza con un claro gesto de enfado y le contestó desafiante: “Te he dicho ya una vez que no estoy loca. Y, aunque sea más pequeña que tú, me parece que tengo más cerebro que tu. Ya me dirás que harías tú si te encontraras con un ciervo grande y suculento, ¿acaso no te lo guardarías para cuando tuvieses hambre?” le preguntó la hormiga al lobo.

“¡Desde luego que no!” le contestó el lobo “Yo no necesito guardar comida, yo soy grande y fuerte y en el bosque siempre hay comida para mí, solo tengo que salir a cazar cuando tengo hambre.”

“¿Y qué haces en invierno cuando hace frío y nieva si no tienes comida guardada? ¿Qué haces entonces, dime?” le preguntó la hormiga al lobo.

“Eso no es ningún problema para mí. Siempre hay comida aunque sea invierno y haga frío para los animales grandes y fuertes como yo. El invierno no es ningún problema.” dijo el lobo con arrogancia y mirando con cierto menosprecio a la pequeña hormiga.

“¿Y a eso le llamas ser listo?” le replicó la hormiga “¿Tener que salir fuera de tu guarida con frío y nieve? Ya me perdonarás por lo que te voy a decir, pero me parece a mí que tú eres muy grande pero tienes el cerebro muy pequeño.”

Y, sin esperar contestación, la hormiga volvió a cargar con su grano de maíz y emprendió de nuevo la marcha hacia su hormiguero dejando al lobo pensativo por lo que la hormiga le acababa de decir.

El tiempo fue pasando. De cuando en cuando, el lobo veía a la hormiga ir y venir.

Alguna vez la veía sola y era entonces cuando aprovechaba para hablar con ella. Con el tiempo llegaron a ser casi amigos. Aunque muchas veces, cuando hablaban de alguna cosa, nunca se ponían de acuerdo.

Muchas otras veces la solía ver yendo junto a un gran grupo de hormigas, las cuales parecían comportarse como si fueran un ejército ya que cada una de las hormigas parecía seguir unas normas y una forma de actuar que parecía que ya estuviesen establecidas de antemano.

El lobo se pasaba largos ratos mirando a las hormigas. La verdad era que no entendía su forma de actuar. Pero le fascinaban las hormigas. Sobretodo lo que más le sorprendía era lo trabajadoras que eran.

Un día en que el lobo estaba como de costumbre echado en el mismo sitio de siempre, vió a la hormiga que esta vez iba sola y le dijo “Hola hormiguita, ¿como es que hoy vas sola?” “Es que a mí me gusta salir sola algunas veces para ver si encuentro algún lugar donde haya comida para después decírselo a mis compañeras y así ir todas juntas a recogerlo.” le respondió la hormiga.

“Quisiera preguntarte algo, si no te molesta.” le dijo el lobo a la hormiga.

“Desde luego. Pregunta lo que quieras.” dijo la hormiga.

“Verás, es que hace tiempo que os veo a ti y tus compañeras y me pregunto ¿por qué vais siempre tantas y siempre tan ordenadamente? A mí, la verdad, me parecéis un ejército haciendo maniobras. ¿Podrías explicarme por qué actuáis de esa forma tan rara?”

“No actuamos de forma rara. Es que tenemos que hacerlo de esa forma.”

“¿Por qué?” preguntó de nuevo el lobo a la hormiga.

“Eres duro de molleja, ¿eh, amigo?” dijo la hormiga al lobo “¿Es que no te das cuenta de que somos muchas y si no tuviésemos orden todo se convertiría en un auténtico caos?”

“¿Y por qué vais siempre tantas?” volvió a preguntar el lobo.

“Es porque las hormigas vivimos siempre en grandes grupos.”

“¿Por qué?” volvió a preguntar el lobo.

“Pues porque a una hormiga sola le sería muy difícil sobrevivir. Es por eso que siempre vamos en grandes grupos.”

Y la hormiga le siguió explicando al lobo “Verás, te cuento: Las hormigas vivimos todas juntas en un hormiguero. Salimos a buscar comida juntas, trabajamos en equipo guardando comida para el invierno en una despensa que tenemos en nuestro hormiguero y que nosotras hemos construido. Y además siempre cuidamos unas de las otras como si fuésemos una familia ya que a una hormiga sola le sería muy difícil sobrevivir mucho tiempo. Pero actuando en equipo no solo nos protegemos unas a las otras, también protegemos la supervivencia de nuestra especie. Y siempre anteponemos la seguridad y continuidad de nuestra especie a nuestra propia seguridad. ¿Comprendes ahora por qué actuamos como lo hacemos?” le dijo la hormiga al lobo que la miraba con cara de admiración.

“Sí que lo entiendo y, desde ahora que sé y comprendo vuestra forma de ser, prometo teneros más respeto.” dijo el lobo a la pequeña hormiga.

La hormiga miró al lobo y, por primera vez desde que se conocieron, le miró y le sonrió porque desde ese momento por fin sí que se convertirían en buenos amigos.

dimecres, 5 de gener del 2011

Remedios de nuestros antepasados

Desde tiempos muy remotos, desde tiempos de la prehistoria, mucho antes que Alexander Fleming en el St Mary´s Hospital de Londres en 1929 descubriera la penicilina, los humanos empezaron a utilizar hierbas medicinales como remedio para curar sus dolencias.

Al principio las empezaron a utilizar las llamadas popularmente por la gente de la época como curanderas. Pero muy pronto se convirtieron, más por necesidad que por ninguna otra razón, en el remedio para curar toda clase de dolencias. Y esa costumbre perduró durante muchos años, aunque durante unos años (debía ser por la década de los 80) pareciese que en muchos lugares se estaba perdiendo esa costumbre.

Ahora, cuando la medicina moderna parece estar en todo su apogeo y cada día más se están invirtiendo grandes fortunas en nuevos fármacos que parece que en el futuro podrían solucionar todos los problemas de salud que puedan surgir, la llamada medicina natural vuelve a tener muchos adeptos.

Muchas personas conocen y utilizan algunos remedios para curar algunas de las dolencias más comunes que suelen afectar a la mayoría de los seres humanos.

Algunos de ellos son muy conocidos y comunes, como por ejemplo los siguientes:

- El tomillo tiene poderes antioxidantes y desinfectantes.

- La hierba llamada María Luisa es buena para el dolor de vientre.

- La albahaca es para los riñones.

- Las hojas de col son un buen remedio para las úlceras de las piernas.

- La lechuga cocida adelgaza.

- El hinojo es un buen remedio para hacer la digestión.

- El perejil hervido abre el apetito.

- El romero para el hígado y el reuma.

- Las semillas de calabaza para parásitos intestinales.

- La cebolla es diurética y también sirve para curar heridas.

- El anís y el comino son buenos para los gases.

- La ruda es abortiva.

- El laurel para la bronquitis.

- El eucalipto para los resfriados.

- La raíz de granada para la gota.

- La camomila tiene muchas virtudes: es buena para la digestión, es tranquilizante y es buena para calmar la irritación de los ojos.

- La miel con limón y agua caliente para las irritaciones de garganta.

- La salvia para los nervios y la menstruación.

- El aloe vera sirve para curar, calmar quemaduras, cicatrizar heridas, además de ser un buen aliado para el cuidado de la piel. Hoy en día se puede encontrar en muchos productos y cosméticos para el cuidado diario de la piel.

- Un buen cosmético natural para la piel seca y madura consiste en usar una vez por semana una mascarilla natural que consiste en triturar con la ayuda de una trituradora eléctrica 3 cucharadas de un buen aceite de oliva lo más natural posible junto a 1 cucharada de zumo natural de limón y un buen puñado de hojas de perejil. Se debe triturar todo bien durante varios minutos hasta conseguir que esté todo bien mezclado. Luego guardar en un tarro de cristal previamente esterilizado en agua hirviendo. Y guardar el tarro bien cerrado después de cada uso en un lugar fresco.

- El romero se usa también para calmar los dolores de golpes y torceduras. La forma en que se suele utilizar para este fin es el alcohol de romero que se obtiene poniendo en una botella bastantes hojas de romero, añadiendo alcohol de 96 grados y dejando macerar durante 4 días a la sombra al aire libre.

- También se puede utilizar el romero siguiendo los mismos pasos pero en vez de alcohol poner aceite de oliva o de girasol y de esta forma es bueno para hacer masajes para el buen funcionamiento de la circulación sanguínea.

En la naturaleza no solo se encuentran buenos remedios en las hierbas medicinales. También se pueden encontrar cosas que son buenas para la salud en las frutas y las verduras, ya que en ellas al consumirlas podemos encontrar beneficios para el buen funcionamiento de nuestro organismo.

- Como por ejemplo las infusiones que podemos tomar todos los días y que con su consumo estamos ayudando a nuestra buena salud. Como por ejemplo tomar a media mañana un té verde o blanco que, aparte de estar deliciosos, son diuréticos y antioxidantes. O tomar una infusión de manzanilla después de la comida la cual nos va a ayudar a digerir mejor los alimentos y a estar más relajados y por tanto dormir mejor.

- Otra de las buenas costumbres que deberíamos adquirir es la de comer más fruta ya que, aparte de que consumiremos las vitaminas que nuestro cuerpo necesita, podemos tomar aquellas que nos pueden ir mejor en cada ocasión. Como por ejemplo comer como postre después de una gran comilona una buena ración de piña natural que, aparte de ayudarnos a hacer mejor la digestión, como es diurética nos va a ir bien para depurar nuestro organismo. O tomar cítricos como la naranja, la mandarina y todas aquellas frutas ricas en vitamina C que nos van a ayudar a prevenir resfriados, y no nos olvidemos del rico plátano que nos aporta potasio.

- Una buena y rica receta esta vez para los calurosos días de verano en que el calor nos invita a tomar bebidas refrescantes es poner en una jarra agua con el zumo de 1 o 2 limones y unas cuantas hojas de menta fresca y, si nos gusta algo dulce, añadirle unas cucharadas de azúcar de caña, removerlo todo y ponerlo en el frigorífico. Ya podemos consumir una bebida sana, refrescante, y deliciosa.