dilluns, 18 d’octubre del 2010

Otoño


¡Qué vellos son los días de lluvia en otoño! Cuando el sofocante calor ha pasado y el cielo se llena de nubes blancas y grises anunciando la eminente y deseada lluvia que refrescará el ambiente y llenará los hoyos del suelo de charcos de agua dónde los pájaros calmaran su sed y los niños chapotearan en su agua jugando y mojando sus zapatillas y los bordes de sus pantalones y de sus faldas disfrutando de ese modo de ese don tan apreciado como es la lluvia.

Y las gotas de agua de la lluvia quedaran prendidas en las hojas ya casi amarillentas de los chopos brillando con sus reflejos cuando la lluvia amanse y salga el sol entre las nubes que parecen huir porque así se lo piden los relucientes rayos de sol que parecen abrirse camino entre la tan deseada lluvia para hacer así brillar sus gotas de agua.

Entonces yo sueño despierta pensando en los lejanos bosques que tanto he querido. Y parece como si mis ojos pudiesen ver, aunque yo sé que sólo se trata de mis recuerdos, los árboles con su gran colorido y el suelo lleno de yerba verde todavía mojada gracias a la lluvia. Ese suelo casi cubierto por las hojas que tan generosamente los grandes árboles parecen depositar con mucho cuidado encima para que mis ojos puedan ver la tan grandiosa belleza del otoño.

Y, todavía siguiendo el hilo de mis pensamientos, puedo ver las bayas rojas de algunos arbustos y los frutos de las sabrosas zarzas, las tan deliciosas moras con su intenso color negro que parecen invitarme a saborear su delicioso sabor dulzón. Y, mirando a través de mi pensamiento, busco en el suelo entre la hierba y los matorrales el color amarillento de los robellones bien escondidos para que de esa forma se les aprecie más cuando se les vea.

Doy gracias por poder recordar, ya que de esa forma nunca estaré lejos de todo aquello que tanto quiero.
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