dissabte, 21 d’agost del 2010

La muchacha de los ojos verdes y grises (VI)

Dicen que el tiempo lo cura todo. En mi caso fue verdad. Llegó un momento en que, al pensar en mamá, ya no sentía dolor sino sólo tristeza al saber que nunca más volvería a verla.

No quise dejar el piso del pueblo y algunos fines de semana los pasaba allí, limpiando y poniendo las cosas en orden. Aprovechaba mi estancia en el pueblo para visitar a Juan y a Carmen ya que ellos siempre se alegraban mucho de verme y les agradaba que pasase el día con ellos y les contase cómo me iban las cosas por Barcelona y en el trabajo.

Los demás fines de semana los pasaba con mis compañeras de piso o con Eva, con la que seguí manteniendo una muy buena amistad. Íbamos al cine, al teatro o a alguna fiesta en la que nos invitaban.

En una de esas fiestas conocí a un joven educado y bien parecido con el que tuve una relación de amistad. Al menos para mí, fue sólo eso. Pero al parecer él deseaba que hubiera algo más intenso y a la vez más comprometido. Así que, al poco tiempo, dejé de verle ya que no me parecía justo que él se hiciera ilusiones cuando yo no estaba dispuesta a tener ninguna otra relación que no fuese una buena amistad.

Yo, desde hacía tiempo, ya había decidido cómo quería que fuese mi vida. No quería ninguna relación seria ni comprometida. No quería casarme. Y, si llegaba realmente a enamorarme, viviría el amor con toda la pasión que sintiera en aquel momento. Pero solo mientras durase, ya que sabía que el amor no dura eternamente y que, cuando se termina, lo mejor es dejarlo cuanto antes mejor y así ahorrarse sufrimientos inútiles para ambas partes. Según mi forma de pensar, nunca pude entender qué tiene que ver el amor con el matrimonio ni con el hecho de que una mujer quisiera tener hijos. Yo eso lo tenía muy claro: yo nunca tendría hijos.

Un día, hablando con Eva, le conté cómo había decidido vivir mi vida. Ella me escuchó con mucha atención. De hecho, siempre lo hacía con todos. Era una de las muchas cosas que admiraba de ella. Tenía un carácter abierto y nunca juzgaba a los demás. Siempre decía que todos tenemos derecho a tener nuestras propias opiniones, fuesen cuales fuesen. Ella decía que ella no era perfecta y por eso no podía juzgar a los demás. Era por eso que yo siempre le explicaba mis cosas, porque sabía que ella no me juzgaba sino que sólo me escuchaba y, si lo creía necesario, me daba su opinión. Aquél día, después de escucharme, me dijo: “Sé que, cuando tú decides hacer alguna cosa, ya te lo has pensado mucho. Yo no soy nadie para decirte lo que tienes que hacer. Además, yo no he tenido, por suerte, que pasar las cosas por las que tú has tenido que pasar. Ni he tenido tus malas experiencias. Yo comprendo y comparto tu forma de pensar en muchas de las cosas que tú me dices. Creo que lo que tú deseas, ante todo, es ser independiente y gozar del amor sin por eso dejar de sentirte libre. Pero deberás tener mucho cuidado, dado que me dices que no deseas tener hijos. A veces hay ocasiones en las que es difícil tenerlo todo controlado. Sobretodo si estás enamorada.” Yo le contesté: “Sé que tienes razón. Pero ya he pensado en ello: he decidido operarme.” Sorprendida, ella repitió: “Operarte.” Y yo continué: “Sí, quiero hacerme una operación para no quedarme embarazada y he decidido hacerlo estas vacaciones.” Eva se quedó mirándome sorprendida y, cuando habló, fue para decir: “Bueno, si ya lo has decidido, no creo que sirviera de nada lo que yo pudiera decirte. Sólo te pido que, por favor, si lo haces lo hagas en una buena clínica y que antes de hacer nada te asesores bien por un buen especialista. Y que me dejes que te acompañe, que no vayas tu sola. Por favor, déjame que yo esté a tu lado en esos momentos.”

Fui a una de las mejores clínicas privadas de la ciudad. Hablé con el ginecólogo del centro clínico. Al principio puso muchos reparos, en parte por ser tan joven. Además, lo que yo quería hacer, una vez hecho, no tenía vuelta atrás. Me recomendó que, antes de hacer una cosa tan drástica, mejor hablara con el psicólogo del centro. Una vez hubiera hablado con él, volveríamos a vernos. El mismo doctor me dio día y hora para hablar con el psicólogo. Fui y hablé largo rato con él. Le expuse mis razones para desear dicha operación. Después de escucharme atentamente, me hizo muchas preguntas a las que yo respondí con sinceridad pero con firmeza y decisión. Trató de persuadirme pero mi decisión seguía siendo la misma. Cuando terminó de hablar conmigo, me dijo que estudiaría mi caso y que me llamaría para decirme el resultado de su decisión. Al final su decisión fue que yo ya era lo suficiente madura para tomar yo misma esa decisión dado que ya era mayor de edad. Y, en mi caso, dado que no tenía familia que pudieses decidir por mí, no ponía por su parte ningún impedimento. Añadió que haría llegar su diagnóstico al ginecólogo con el que yo había hablado anteriormente. Pero aquello tuvo que posponerse para unos pocos años más tarde, ya que ocurrió algo del todo inesperado para mí…
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