divendres, 27 d’agost del 2010

La muchacha de los ojos verdes y grises (IX)

De camino a casa apenas si pronuncié palabra alguna. Tenía mi pensamiento en todo cuanto había pasado en los últimos días. Eva me miraba. Ella, tan comprensiva cómo siempre, respetaba mi silencio.

Al llegar a casa me sentí fatal y me derrumbé de golpe. Me senté en el sofá y, sin saber el por qué, no pude contenerme y empecé a llorar. Eva se sentó a mi lado, agarró mis manos y me dijo: “Por favor, dime alguna cosa. Si no me hablas, no sé lo qué puedo hacer. Y eso hace que me sienta impotente ante tu dolor.” Yo la miré y, entre sollozos, dije: “No sé lo que me pasa, me siento como si todo a mi alrededor se estuviese derrumbando y yo no pudiese hacer nada. Me siento mal conmigo misma ya que todos pensáis que soy una buena persona y yo ahora pienso por primera vez que no soy buena persona.” Eva me miró fijamente y dijo: “Tú eres muy buena persona, es por eso que eres mi mejor amiga y siempre lo serás.” Yo le respondí: “Entonces ¿por qué, después de leer la carta de un moribundo del cual llevo su sangre en mis venas, no soy capaz de perdonarle?” Ella contestó: “Creo que lo que te ha ocurrido te ha afectado cómo afectaría a cualquier persona. Lo único que necesitas es tiempo para asimilar todo lo ocurrido. Cómo te conozco muy bien, sé que llegará el día en que seguro que le perdonarás y tú te sentirás feliz de haberle perdonado.” Y, después de un silenció, añadió: “Ahora supongo que no querrás que tu mejor amiga se muera de hambre… Ahora lávate la cara y ponte guapa, pero demasiado porque, sino, yo yendo a tu lado no encontraré nunca novio.” Yo la miré y sonreí y por fin dejé de llorar.

Las dos pasamos el día juntas. Primero fuimos a comer en un lugar tranquilo y después estuvimos paseando por la montaña de Montjuïc, un lugar muy bonito y tranquilo de la ciudad. Cuando por fin regresamos a casa, ya era casi de noche. Yo me había recuperado y estaba más tranquila gracias a mi amiga que no cesó de gastarme bromas y de hacerme sonreír. Cuando llegamos a casa, ya habían llegado mis compañeras de piso. Eva se despidió de mí, tocando mi cara con su mano a la vez que me decía: “Y ahora a dormir, que mañana por la mañana nos volveremos a ver. Y espero verte sonriendo como siempre, ¿de acuerdo?” Yo le sonreí dándole las gracias por todo.

No sé si fueron las dos tazas de infusión de manzanilla que tomé o lo bien que lo pasé por la tarde con Eva, pero lo cierto es que dormí toda la noche tranquilamente y me desperté descansada y relajada y con las ideas mucho más claras. Así que, cuando llegó Eva, ella notó enseguida que estaba mucho mejor. “Veo que, por lo menos, sirvo para levantarte los ánimos”, dijo bromeando. “Sí, pero que por eso no se te vayan a subir los humos a la cabeza”, le contesté sonriendo.

Invité a Eva a que desayunáramos las dos. Me dijo que ella ya había desayunado pero aceptó tomar un café mientras yo desayunaba. Cuando hube terminado, le pregunté si deseaba acompañarme a hablar con el abogado con el que había hablado hacía un par de días y con el que había vuelto a hablar por teléfono antes de que ella llegase. Los dos habíamos quedado en vernos aquella misma mañana. Eva respondió que sí, que con mucho gusto me acompañaría.
...

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada