dilluns, 23 d’agost del 2010

La muchacha de los ojos verdes y grises (VII)

El martes por la tarde me llamó por teléfono Juan y me comunicó que aquel mismo día había estado en el bar un señor preguntando por mamá. Al parecer, dicho señor era abogado. Juan le dijo que la persona con la que quería hablar había muerto hacía ya tiempo. Entonces él le preguntó si sabía dónde podía localizar a su hija. Y Juan le había dado mi número de teléfono ya que dicho señor le había dicho que era muy importante que hablara conmigo. Yo le contesté que hasta aquel momento nadie me había llamado, le di las gracias y colgué el teléfono pensando qué podía querer de mí un abogado.

Al día siguiente recibí la llamada del abogado del que me había hablado Juan. Me comunicó que era muy importante que hablara conmigo ya que se trataba de algo urgente. Como no me suelen gustar los misterios, decidí verle para saber qué era aquello tan importante de lo que quería hablarme. Quedamos para vernos al día siguiente en la dirección que me dio por teléfono y que me había dicho que era la de su despacho. Como además me dio su nombre y su apellido, antes de ir a un lugar que era para mí del todo desconocido, quise asegurarme de que el nombre y la dirección que me había dado correspondían al despacho de un abogado. Miré en la guía telefónica. En principio no parecía tratarse de ningún engaño ya que, en la guía, el nombre y la dirección correspondían a un bufete de abogados.

Pedí poder dejar mi trabajo a media mañana y me dirigí a ver el abogado con el que había hablado por teléfono. Cuando llegué al despacho, una señorita me preguntó qué deseaba. Le di mi nombre y el nombre de la persona que había pedido hablar conmigo por teléfono y ella me pidió que esperara un momento. Vi como hablaba por teléfono. No tuve que esperar ya que enseguida salió un señor que, después de darme las gracias por haber aceptado entrevistarme con él, me dijo que por favor le acompañase a su despacho. Al entrar, me ofreció una silla y me dijo: “Por favor, siéntese.” Comenzó diciendo que lamentaba tener que comunicarme que mi padre había muerto, a lo que yo respondí que debía haber un error ya que yo no tenía padre. Me respondió que estaba al corriente de todo lo que a mi pasado se refería pero que, por decirlo de alguna forma, se refería al hombre que era mi padre biológico aunque también me comentó que sabía que no me había dado sus apellidos y que nunca se había dado a conocer, en parte por circunstancias que en su momento hicieron imposible que pudiese verme ni ponerse en contacto conmigo. A lo que yo respondí: “Lo siento pero no puedo sentir pena por la muerte de un hombre que engañó e hizo sufrir a mi madre y que nunca fue capaz de dar la cara como un hombre, ni tan siquiera para conocer a su propia hija.” Entonces, él dijo: “Mire, señorita, yo no puedo dar respuestas a todas las preguntas que seguro debe tener pero le responderé a todo lo que yo sé.” A lo que yo respondí: “Hace tiempo que dejé de hacerme preguntas sobre el pasado. Sólo deseo que me diga por qué deseaba verme y hablar conmigo con tanta urgencia.” A continuación, se explicó: “Mire, señorita Mar, la he estado buscando y he investigado cómo podía ponerme en contacto con usted porque, al morir su padre biológico, dejó testamento y en él le nombraba a usted heredera de todos sus bienes.” Yo, sorprendida, comenté: “¿A mí? Pero ese señor del que usted me está hablando, según tengo entendido, estaba casado.” Y él me dijo: “Sí, señorita, pero hace ya años que se divorció de la que hasta entonces fue su esposa. Al parecer, tras el divorcio ella decidió volver a su país, ya que era de nacionalidad francesa, y pasado un tiempo ella volvió a casarse de nuevo. Dado que no tuvieron hijos, no volvieron a verse. Y, por lo que yo he podido saber, no se molestó ni en ir a su entierro, a pesar de que yo mismo le comuniqué la muerte de su exmarido.” Entonces, yo pregunté: “Por lo que usted me está diciendo, ¿yo soy su única descendiente?” Y él me contestó: “Sí, y su única heredera, ya que así lo decidió en su testamento mucho antes de morir.” Yo no entendía nada: “Disculpe pero en este momento ni siquiera tengo claro que yo desee pensar que soy su hija. Y mucho menos de si debo aceptar ser su heredera, dado que yo personalmente no me considero su hija. Creo que debo pensar detenidamente antes de decidir lo que debo hacer.” Él insistió: “Mire, señorita, yo respeto su decisión de querer pensarlo, pero tenga en cuenta que se trata de una gran fortuna y seguro que su madre le diría que la aceptara. Yo personalmente creo que se lo merece por todo lo que usted y su madre han tenido que pasar a lo largo de todos estos años.” Mientras me levantaba, le dije: “Gracias por su consejo. Le aseguro que lo tendré en cuenta a la hora de tomar una decisión. Y, ahora, si me disculpa… Gracias por todo. Ya le comunicaré mi decisión.” Él estrechó mi mano a la vez que volvía a decirme que, por favor, me lo pensase bien, que no tomase una decisión precipitada sin antes consultárselo.

Aquella noche apenas pude dormir. Mi orgullo me decía que no debía aceptar nada de aquel hombre que nunca quiso saber nada de mí ni de mamá. Pero en mi cabeza oía las palabras del abogado de que mi madre me diría que debía aceptar. Cuando al fin pude conciliar el sueño, no pude dormir bien. Tenía continuas pesadillas. En ellas veía a mamá sonriéndome pero, al llamarla, desaparecía. Me despertaba sudando y, cuando lograba por fin volverme a dormir, veía la cara del abogado hablándome, aunque no podía entender nada de lo que me decía. Cuando por fin sonó el despertador, me desperté con un fuerte dolor de cabeza y sin saber qué decisión debía tomar.
...

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada