dimecres, 25 d’agost del 2010

La muchacha de los ojos verdes y grises (VIII)

A media mañana llamé a Eva. Ella supo por mi voz que algo me ocurría. Le dije que si podíamos vernos cuando saliera de la oficina. Me contestó que por supuesto que sí. Pero Eva no esperó a que terminara mi horario de trabajo. Al poco tiempo ya estaba a mi lado, pidiéndome que le explicara qué me pasaba.

Yo le expliqué lo que me había pasado el día anterior, las dudas que tenía y que no sabía qué hacer. Ella me dijo que no se extrañaba de mi preocupación ya que se trataba de una decisión muy dura, y sobretodo para mí debido a que sabía como pensaba yo y mi forma de querer hacer siempre lo que yo consideraba correcto. A continuación me dijo que esperase un momento, que enseguida volvía. Al poco tiempo vino a mi lado diciéndome que deseaba que no me lo tomase mal pero que había hablado de mi problema con su padre y que su padre deseaba verme. “¿Ahora?” le pregunté. “Sí, por favor.” me respondió.

La acompañé al despacho de su padre, que era también mi jefe. Al entrar, él se acercó, me agarró cariñosamente por los hombros, me dijo que me sentase y yo me senté en una silla. A mi lado se sentó su hija Eva. Él se sentó en una esquina de su mesa. Empezó diciéndome que su hija le había explicado lo que me ocurría y que comprendía mi situación y mi preocupación, pero que tenía información que podía ayudarme a tomar la decisión más correcta. “Primero”, dijo, “tengo que pedirte perdón por no haberte contado nunca lo que ahora voy a contarte. Y a ti también, Eva, por no haberte comentado nunca nada. Pero hice una promesa y yo nunca rompo mis promesas. Ahora sí que puedo ya que la persona a la que le hice la promesa me dijo que, cuando llegase este momento, debía explicárselo todo a Mar… Jorge, tu padre, te conocía desde hacia tiempo y estaba al corriente de todo lo que a ti se refería. La historia es larga, pero te pido por favor que escuches con atención todo cuanto tengo que contarte. Creo que será mejor que comience por cómo empezó todo… Yo, por asuntos de negocios, conocía a tu padre desde hacia tiempo y a menudo nos encontrábamos en reuniones y en fiestas en las que en algunas ocasiones los empresarios solíamos asistir. En una de las veces en que nos vimos, le enseñé unas fotos de mi hija Eva. En una de ellas estabas tú al lado de Eva. A él, al verte, supongo que le llamó la atención la gran semejanza que tú tenías con él. Me preguntó quién era la muchacha que estaba al lado de Eva y yo le contesté que era una compañera de la universidad y una muy buena amiga de mi hija. Él, en aquel momento, no me preguntó nada más. Pero al día siguiente vino aquí, a mi despacho, y me preguntó si sabía más cosas acerca de ti. Yo, aunque extrañado por su interés en saber más cosas de ti, le conté lo poco que sabía dado que sólo sabía lo que de ti me había contado Eva. Jorge se quedó pensativo y me hizo prometer que no contaría a nadie lo que él me iba a contar a continuación. Yo le prometí que así seria. Me contó que tú eras su hija, que te había tenido con una chica que había conocido hacía años pero que nunca supo que hubiese quedado embarazada ya que nunca volvió a verla ya que él, por aquel entonces, estaba casado. Pero que lo descubrió por casualidad cuando, años después, cuando volvió con su esposa al pueblo donde conoció a tu madre, entró en el bar dónde trabajaba tu madre y te vió a ti y le llamaron la atención tus ojos ya que eran igual que los suyos y reconoció a tu madre llamándote hija. Luego, al verte en la foto junto a Eva y decirle yo todo lo que sabía acerca de ti, supo que tú eras su hija. A partir de aquel momento, yo me convertí en su cómplice ya que, debido a tu amistad con Eva, siempre le mantenía informado de todo l oque hacia referencia a ti. Lo siento pero es importante para mí que comprendas mi silencio y el por qué nunca te dije nada de todo esto que te estoy contando ahora.”

Después de un corto momento de silencio, se levantó, se dirigió a un cajón de su mesa, sacó un sobre y me lo entregó. “Ten,” dijo mientras alargaba su mano dándome lo que parecía ser una carta, “Jorge me dijo que te la diera cuando llegase este momento.” Y yo dije: “Dado lo poco corriente de la situación, creo que será bueno que la lea en voz alta.” Como ninguno de los presentes puso ninguna objeción, abrí la carta y empecé su lectura en voz alta.

“Querida hija,

Sé seguro que no te gustará que te llame hija. No te lo reprocho. De hecho, me lo merezco después de lo que por mi culpa has tenido que pasar. Pero, por favor, te pido que no rompas esta carta sin antes haberla leído. Ya sé que no merezco tu comprensión pero ten en cuenta que, cuando estés leyendo esta carta, yo ya no estaré entre vosotros, los vivos.

No quiero que pienses que, con lo que te voy a contar, mi intención es que me perdones todo el daño que os hice a ti y a tu madre. No es eso lo que pretendo. Quiero que sepas la verdad sin esperar por ello que me perdones, aunque ese sería mi más profundo deseo.

Conocí a tu madre en un mal momento de mi vida. En ella reencontré todo aquello que no sentía desde hacía ya mucho tiempo: dulzura y sobretodo amor. Yo, aunque te cueste creerlo, también sentí amor por ella. Pero yo, por aquel entonces, estaba casado. Y he de confesar que, en eso, sí que fui un cobarde no diciéndoselo a María, tu madre. Pero sé que ahora es demasiado tarde para arrepentirse ya que nada puedo hacer ya por ella.

No supe que María estaba embarazada, aunque no sé si eso hubiera cambiado en algo las cosas ya que en aquel momento mi matrimonio pasaba por un mal momento. No era por culpa mía ni de mi esposa. El problema era que los dos deseábamos desesperadamente tener hijos y no hubo forma de poder conseguirlo. La que entonces era mi esposa estaba muy afectada por todo ello. La verdad es que hicimos todo lo que nos aconsejaron los médicos pero la naturaleza humana no siempre responde a nuestros deseos. Nosotros nos esforzamos para que las cosas no cambiaran entre nosotros pero quizás no esforzamos demasiado y eso acabó pasando factura a nuestro matrimonio.

Sé que esto puede parecerte una excusa pero no lo es. Yo solo quiero que sepas toda la verdad de cómo fueron las cosas.

Creo que yo deseaba engañarme a mí mismo diciéndome que todo lo hacía por la que entonces era mi esposa y, de esa forma, calmar mi conciencia. Aunque ahora pienso si realmente tenía conciencia ya que, si la hubiera tenido, no os hubiera abandonado a las dos, de la forma en que lo hice. No sé si tú lo recordarás pero cuando eras muy niña, por casualidades de la vida, te ví y también ví a María, tu madre. Al verte y al ver tus ojos y al oír a María llamarte hija, supe sin ninguna duda que tú eras hija mía. Pero, por miedo y por ser un cobarde, nada dije. Y no volví nunca más al pueblo dónde vivíais. Per no por eso dejé de pensar en ti ni un solo instante.

Mi cobardía la he pagado como siempre se paga el mal que haces: con el dolor de saber que tienes la hija que tanto deseas, saber que es una muchacha extraordinaria, inteligente, además de ser la mujer más bella que jamás vieron mis ojos y, por suerte, mucho más honrada que su padre.

Sé que tú nunca lo supiste pero, en cuanto supe dónde trabajabas, fui en más de una ocasión al lugar dónde tú trabajas aprovechando cualquier excusa para poder verte. ¡Si supieras las veces que deseé acercarme a tu lado y decirte “soy tu padre” y poder abrazarte! Pero sabía que tú, con toda la razón del mundo, no querías saber nada de mí ya que ni tan siquiera me conocías.

Ahora lo único que te pido, aunque ningún derecho tengo, es que por favor aceptes mi herencia ya que, cómo te explicará el abogado que lleva mis asuntos, si no la aceptas entonces muchas personas van a salir perjudicadas sin tener la culpa de todos los errores que yo he cometido al largo de mi vida.

Ruego a Dios, en estos últimos días de vida, que me perdone y que me conceda el deseo de que algún día tú también puedas perdonarme.

Gracias por haber leído esta carta.

Tu padre, que te adora, Jordi.”

Cuando terminé de leer la carta, miré a mi amiga y a su padre. Éste agachó su cabeza diciéndome: “Por favor, perdóname por no haberte dicho nada hasta ahora.” Yo le respondí que nada tenía que perdonarle ya que él había sido fiel a su promesa y, para mí, eso significaba ser honrado. Él se acercó a mí y me abrazó diciéndome: “Todos los padres del mundo seguro que se sentirían orgullosos de tener una hija cómo tú.” Me levanté y le dí las gracias por todo. Él, a su vez, dijo a su hija que me acompañase a mi casa y que pasara el resto del día conmigo, pues seguro que en esos momentos era cuando más necesitaba tener alguien a mi lado. A mí me dijo que me tomara un par de días libres ya que seguro que los necesitaba para pensar en todo lo ocurrido.
...

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada